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martes, 15 de octubre de 2013

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Mi querida Allie, no pude dormir anoche porque sé que ahora sí se acabó entre los dos. Ya no estoy triste porque sé que lo que tuvimos fue puro. Y si en un futuro lejano nos vemos en nuestras nuevas vidas, te sonreiré con alegría y recordaré el verano que pasamos debajo de los árboles aprendiendo el uno del otro y creciendo con nuestro amor. El mejor tipo de amor es el que despierta el alma y nos hace intentarlo más. El que nos enciende un fuego en nuestros corazones y nos tranquiliza la mente. Eso es lo que me has dado. Eso es lo que yo esperaba darte para siempre. Te amo. Te estaré viendo, Noah.

SOLTAR PARA NO MORIR.

Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo un ascenso bastante complicado, una montaña en un lugar donde se había producido una intensa nevada. Él había estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto toda la montaña, lo cual hacía muy difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás, así que de todas maneras, con su propio esfuerzo y su coraje, siguió trepando y trepando, escalando por esta empinada montaña. Hasta que en un momento determinado, quizá por un mal cálculo, quizá porque la situación era verdaderamente difícil, puso el pico de la estaca para sostener su cuerda de seguridad y se soltó el enganche. El alpinista se desmoronó, empezó a caer a pico por la montaña golpeándose salvajemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve. Toda su vida pasó por su cabeza y cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizá la soga se había quedado colgada de alguna amarra... Si así fuera, podría ser que aguantara el chicotazo y detuviera su caída. Miro hacía arriba pero todo era al ventisca y la nieve que caían sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver nada pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente y él estaba allí, como clavado en su soga, con muchísimo frío, pero colgado de este pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas. Trató de mirar a su alrededor pero no había caso, no se veía nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podía subir a buscarlo antes de que parara la nevisca y, aun en ese momento, no podía saber que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco. Pensó que si no hacía algo pronto, este sería el fin de su vida. Pero, ¿qué hacer? Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio, pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible. De pronto escuchó la voz. Una voz que venía desde su interior que le decía "suéltate". Quizá era la voz de Dios, quizá la voz de una sabiduría interna, quizá la de algún espíritu maligno, quizá una alucinación... Y sintió que la voz insistía: "suéltate... Suéltate" Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía . Y la voz insistía "suéltate", "no sufras más", "es inútil este dolor, suéltate". Y una vez más él se impuso aferrarse más fuerte aun mientras conscientemente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que, sin lugar a dudas, le había salvado la vida. La lucha siguió durante horas pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad. Cuenta esta leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvamento encontró al escalador casi muerto. Lo quedaba apenas un hilito de vida. Algunos minutos más y el alpinista hubiera muerto congelado, paradójicamente aferrado a su soga... A menos de un metro del suelo... A veces no soltar es la muerte. A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó . Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Todos tenemos una tendencia de aferrarnos a las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en lo "malo conocido" como aconseja el dicho popular. Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo. Sabemos que lo conocido nos ocasiona sufrimiento pero no estamos dispuestos a renunciar a ello.


martes, 8 de octubre de 2013

pasé de ser un cero, a ser mi propio héroe. 



sábado, 5 de octubre de 2013

 Y VOS, ¿¿¿QUERÉS SER NORMAL O QUERÉS SER FELIZ???


jueves, 3 de octubre de 2013

mis planes con vos.

Tomemos un avión o una canoa. Vos remas. Directo a Estados Unidos, y de ahí nos adueñamos de cada rincón que encontremos. Lleguemos hasta el letrero de Hollywood y veamos el amanecer sobre la H tapados con una manta, bien abrazados, comiendo gomitas multicolores hasta que nos duela la panza. Vamos al paseo de la fama y robemos la baldosa con la estrella de mi actor favorito, y la voy a cambiar por una que tenga tu nombre, porque te aseguro que va a brillar más. Viajemos a San Francisco, y subamos una de sus colinas, turnándonos para hacernos cococho, y cualquier tarde de sol recorramos el Golden Gate de la mano, disfrutando cada segundo, mientras los autos nos bocinean enfurecidos, envidiando nuestra felicidad. Lleguemos a las Vegas haciendo dedo, tomemos una, dos o tres copas del trago más fuerte que encontremos en cada bar que se nos cruce en el camino y finalmente casémonos en la  Little White Wedding Chapel. Hagamos el amor por primera vez como esposos, sintiendo que el amor nos hace a nosotros. Vamos a New York. Juguemos a las escondidas, con muuucha resaca, en el Center Park y que te lleve toda la tarde encontrarme, pero que el esfuerzo valga la pena. Que cualquier boludez suene a una canción y cualquier canción lenta sonando nos haga bailar como locos. Secuestremos uno de esos carruajes de caballos blancos para recorrer a toda velocidad el parque y  llegar al Plaza Hotel que, según dicen, tiene las mejores vistas de toda Nueva York. Arranquemos las cortinas de la ventana del cuarto número 888 del piso más alto para que todo el mundo sea testigo de los chispazos de electricidad  que producimos cuando estamos juntos. Hagamos el amor ahí, delante de ese ventanal enorme y que todo Nueva York nos espíe con celos y admiración. Después de todo esto, vamos a volver a casa, que desde ese momento sería NUESTRA casa. Quiero despertarme con tus buenos días, pero sin cursilerías, porque a esa hora ni yo me aguanto. Nos turnemos para hacer el desayuno, haciendo competencia de quien se esmera más. Bañémonos juntos y juguemos una guerra de cosquillas antes de ir a trabajar. Recorramos los rincones de nuestra ciudad y nos riamos de todo. Que nos sorprenda la lluvia, volver mojados, pero sin apuro. Que nuestra casa nos espere con olor a chocolate caliente y pochoclos saltando en el microondas preparados para un maratón de películas de miedo que después no me van a dejar dormir en toda la noche. Y que no me importe porque voy a estar con vos. Y estar seguro que con vos, nada ni nadie puede lastimarme



firework

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. 
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; 
Pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende. ojalá me encuentre siempre con estos fuegos.